La abuelita harta, llena de dolor en sus dos
brazos desde hace tres semanas, y no sabe bien por qué. Visitando médicos y
bujerías espirituales, y sigue sin saber por qué; harta y recontra harta de sus
dos brazos, enteros, que chillan y rechinan y provocan insomnio y paranoia. La
abuela totalmente harta y asqueada de todo, casi pensando en el suicidio a los
setenta y tres años. Absolutamente paranoica por si vale la pena tal cosa a tal
edad, pero pensándolo detenidamente igual; pensando la forma de que no parezca
tal cosa; una muerte natural, que parezca eso. La abuela totalmente asqueada de
sí, atiende el teléfono:
Era una encuesta telefónica, la abuela
insulta descaradamente a la pobre trabajadora explotada. La abuela totalmente
fuera de sí, escupiendo, rayando las paredes, rompiendo, estrellando
violentamente las tazas de porcelana importada. Tazas internacionales de
diferentes países, recuerdos de toda su vida, estrellándose, arrojando por el balcón,
diciendo me cago en dios; la abuela despeinada y con raíces canosas porque gracias
al dolor no se puede teñir. La abuela sin llevar su mano a la boca, sin importarle
que la dentadura salga volando, la abuela haciendo todo este tipo de
movimientos y sufriendo, alentando al dolor; empieza a gozar, la abuela
gimiendo.
Casi todas las otras abuelas del edificio
escuchando atentamente, sin moverse. Casi todas simplemente con la televisión
prendida y/o tomando té y tejiendo, todo un edificio de abuelas escuchando a la
abuela en crisis. Los gemidos, el éxtasis. Todas las abuelas con la boca
abierta, con sus dolores de cadera, sentadas, sin llevarse la mano a la boca,
desprevenidas, dejando reposar sus dientes en remojo, con la boca abierta, escuchando;
Rial en mute. Empiezan a sonreír, empiezan a levantarse. Algunas abuelas pueden
llegar al teléfono más cercano sin dificultad, sin pensar en el cansancio;
algunas atienden, otras son las que llaman. Las abuelas hablan de la abuela
gritando. Las abuelas gritan y ríen y se cuentan. Todas las abuelas ya lo
saben, y chillan y gimen, y saltan y se rompen el tobillo o se golpean el
teléfono contra el cráneo débil, o rompen con placer el retrato de los maridos
muertos, y se revuelcan por los suelos limpios. Algunas abuelas salen al balcón
y gritan. Y miran arriba y dejan el sentir del hermoso escupitajo que cae, de
algún piso más arriba, de otra abuela gritando, gimiendo y escupiendo; y otras
abuelas extremas incluso levantan su pierna, haciendo crujir todos los huesos y
tendones de rodillas vívidas, escuchando ruidos olvidados, e inevitablemente sintiendo
el fierro frio de la baranda sobres sus partes; sintiendo todo calentarse, el
contacto del metal. Y ahora la otra rodilla, cruje; y mientras sintiendo también
otro escupitajo sobre la coronilla. Y ya sobre la cornisa, en el octavo piso,
todo el vértigo expulsado, grito gastado y afónico que se apaga, que dice “hijos
de puta”, con la mirada en el horizonte. Todo el vacío gris a su alcance, en su
poder la muerte. Todas las abuelas espléndidas.
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y si no funciona:
https://soundcloud.com/maurolitvak/sets/l
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