miércoles, 28 de mayo de 2014

las abuelitas

La abuelita harta, llena de dolor en sus dos brazos desde hace tres semanas, y no sabe bien por qué. Visitando médicos y bujerías espirituales, y sigue sin saber por qué; harta y recontra harta de sus dos brazos, enteros, que chillan y rechinan y provocan insomnio y paranoia. La abuela totalmente harta y asqueada de todo, casi pensando en el suicidio a los setenta y tres años. Absolutamente paranoica por si vale la pena tal cosa a tal edad, pero pensándolo detenidamente igual; pensando la forma de que no parezca tal cosa; una muerte natural, que parezca eso. La abuela totalmente asqueada de sí, atiende el teléfono:
Era una encuesta telefónica, la abuela insulta descaradamente a la pobre trabajadora explotada. La abuela totalmente fuera de sí, escupiendo, rayando las paredes, rompiendo, estrellando violentamente las tazas de porcelana importada. Tazas internacionales de diferentes países, recuerdos de toda su vida, estrellándose, arrojando por el balcón, diciendo me cago en dios; la abuela despeinada y con raíces canosas porque gracias al dolor no se puede teñir. La abuela sin llevar su mano a la boca, sin importarle que la dentadura salga volando, la abuela haciendo todo este tipo de movimientos y sufriendo, alentando al dolor; empieza a gozar, la abuela gimiendo.

Casi todas las otras abuelas del edificio escuchando atentamente, sin moverse. Casi todas simplemente con la televisión prendida y/o tomando té y tejiendo, todo un edificio de abuelas escuchando a la abuela en crisis. Los gemidos, el éxtasis. Todas las abuelas con la boca abierta, con sus dolores de cadera, sentadas, sin llevarse la mano a la boca, desprevenidas, dejando reposar sus dientes en remojo, con la boca abierta, escuchando; Rial en mute. Empiezan a sonreír, empiezan a levantarse. Algunas abuelas pueden llegar al teléfono más cercano sin dificultad, sin pensar en el cansancio; algunas atienden, otras son las que llaman. Las abuelas hablan de la abuela gritando. Las abuelas gritan y ríen y se cuentan. Todas las abuelas ya lo saben, y chillan y gimen, y saltan y se rompen el tobillo o se golpean el teléfono contra el cráneo débil, o rompen con placer el retrato de los maridos muertos, y se revuelcan por los suelos limpios. Algunas abuelas salen al balcón y gritan. Y miran arriba y dejan el sentir del hermoso escupitajo que cae, de algún piso más arriba, de otra abuela gritando, gimiendo y escupiendo; y otras abuelas extremas incluso levantan su pierna, haciendo crujir todos los huesos y tendones de rodillas vívidas, escuchando ruidos olvidados, e inevitablemente sintiendo el fierro frio de la baranda sobres sus partes; sintiendo todo calentarse, el contacto del metal. Y ahora la otra rodilla, cruje; y mientras sintiendo también otro escupitajo sobre la coronilla. Y ya sobre la cornisa, en el octavo piso, todo el vértigo expulsado, grito gastado y afónico que se apaga, que dice “hijos de puta”, con la mirada en el horizonte. Todo el vacío gris a su alcance, en su poder la muerte. Todas las abuelas espléndidas.