lunes, 25 de agosto de 2014

Los hermanos (bandcamp version Mauro y los K-KLOMPS )



EN EL HUEVO KINDER

Ella mira con demasiadas ganas el pebete de salame. Después mira las barritas de cereal y se da vuelta. En la heladera las ensaladas de fruta parecen un poco pasadas. Las latas llaman su atención, hace mucho que no toma coca-cola. Abre la heladera y las toca para ver si están frías. Cierra y se queda mirando. Después de nuevo hacia los pebetes. Mientras duda recuerda el olor a chupetín de las barritas de cereal, que se pueden doblar a tope y no se rompen. Entonces la voz que suena dice: “las niñas como las de hoy necesitan comer para engordar”.
                Es la sonrisa boba del kioskero que apunta hacia los pebetes. Ella piensa: Tal vez, no sé, no debería, o si, no sé, tal vez, no debería, tal vez, si vuelvo en bici, no sé, tal vez, no debería”
                La voz del kioskero suena como si estuviera atrás de un colchón, da vueltas sin entrar en el pensamiento, sigue repitiendo la frase.
                Entonces ella dice: “no sé, tal vez, las chicas de hoy deberían… comer, tal vez, no sé, las chicas, no deberían comer, las chicas de hoy, las chicas de hoy, tal vez, no sé, no debería... no debería… no debería… no debería . El kioskero respira hondo, hace una mueca y resopla. Se acerca a la niña y le pega un coscorrón. Las tuercas salen volando y ruedan por el piso. Desaparecen debajo de la heladera. El kioskero se agacha y tantea sin poder ver. Resopla y se le ve la raya del culo. Dice balbuceando: Las chicas de hoy necesitan comer para engordar.
                Y a mí todo me resulta demasiado triste. Cuándo podremos terminar con esta locura Señor.   – le grito a la cámara más cercana – Señor, ya está bien, mire esto– señalo a la niña tildada.  Me tapo las orejas. Apunto el ojo colgando – Señor, por dios, esto es insoportable, esto no puede ser, no da para más, Señor, mire esto – y le muestro con vehemencia la raya del culo del kioskero, que sigue parloteando lo mismo, que agachado busca los tornillos  - por favor señor, Señor, no sé, por favor, no da para más…esto no – les suplico – miren esto, Señor, Señora, por favor

                Y voy atrás del mostrador y agarro el cigarrillo que necesitaba; y lo prendo y  aspiro con placer. También agarro una Bic negra y vuelvo a donde estaba. Desde más o menos medio metro suelto la lapicera, cae a la perfección en la raya del kioskero. Inmediatamente suena a grieta crujiente. Se abre el cuerpo en dos. Adentro todo es cable y pasto y musgo; en el medio hay como una pelota de plástico amarilla que se puede abrir, y la abro.  

martes, 19 de agosto de 2014

laboratorio casero

El otro día en el taller de remedios me dieron ganas de volver a llevar el grabadorcito a todos lados, lo empecé a pensar escuchando a Sopa de gaviotas. Y quería grabar y absorber todo. En el taller de remedios me dieron ganas de hacer. Me parece que a fin de cuentas hacer es lo único que importa. Lo demás es cháchara, y simplemente no existe. me dijeron es “rock tradicional de escobar” ; y escuchamos a Elcho, que venga que vale la pena. Una manada de bandas de escobar nos está enseñando muchísimo. A esos hay que buscarlos. Brillando en la mano abierta te lo están dando todo. Yo hago lo que quiero, desde mi lugar espero a que venga el chorizo a la pomarola. Master chef el cocinero, es delicioso: Rodajas de choclo $2 (pé), cerveza artesanal en todos los tamaños; pizza en cuarto, mitad, entera. Me gusta todo lo que se hace, en serio. Creo que últimamente estaba tan enojado con mi música que odiaba el resto. Estaba criticando muchísimo. pero Ya no importa.
http://tallerderemedios.com/
http://www.sellocabello.com/

miércoles, 28 de mayo de 2014

las abuelitas

La abuelita harta, llena de dolor en sus dos brazos desde hace tres semanas, y no sabe bien por qué. Visitando médicos y bujerías espirituales, y sigue sin saber por qué; harta y recontra harta de sus dos brazos, enteros, que chillan y rechinan y provocan insomnio y paranoia. La abuela totalmente harta y asqueada de todo, casi pensando en el suicidio a los setenta y tres años. Absolutamente paranoica por si vale la pena tal cosa a tal edad, pero pensándolo detenidamente igual; pensando la forma de que no parezca tal cosa; una muerte natural, que parezca eso. La abuela totalmente asqueada de sí, atiende el teléfono:
Era una encuesta telefónica, la abuela insulta descaradamente a la pobre trabajadora explotada. La abuela totalmente fuera de sí, escupiendo, rayando las paredes, rompiendo, estrellando violentamente las tazas de porcelana importada. Tazas internacionales de diferentes países, recuerdos de toda su vida, estrellándose, arrojando por el balcón, diciendo me cago en dios; la abuela despeinada y con raíces canosas porque gracias al dolor no se puede teñir. La abuela sin llevar su mano a la boca, sin importarle que la dentadura salga volando, la abuela haciendo todo este tipo de movimientos y sufriendo, alentando al dolor; empieza a gozar, la abuela gimiendo.

Casi todas las otras abuelas del edificio escuchando atentamente, sin moverse. Casi todas simplemente con la televisión prendida y/o tomando té y tejiendo, todo un edificio de abuelas escuchando a la abuela en crisis. Los gemidos, el éxtasis. Todas las abuelas con la boca abierta, con sus dolores de cadera, sentadas, sin llevarse la mano a la boca, desprevenidas, dejando reposar sus dientes en remojo, con la boca abierta, escuchando; Rial en mute. Empiezan a sonreír, empiezan a levantarse. Algunas abuelas pueden llegar al teléfono más cercano sin dificultad, sin pensar en el cansancio; algunas atienden, otras son las que llaman. Las abuelas hablan de la abuela gritando. Las abuelas gritan y ríen y se cuentan. Todas las abuelas ya lo saben, y chillan y gimen, y saltan y se rompen el tobillo o se golpean el teléfono contra el cráneo débil, o rompen con placer el retrato de los maridos muertos, y se revuelcan por los suelos limpios. Algunas abuelas salen al balcón y gritan. Y miran arriba y dejan el sentir del hermoso escupitajo que cae, de algún piso más arriba, de otra abuela gritando, gimiendo y escupiendo; y otras abuelas extremas incluso levantan su pierna, haciendo crujir todos los huesos y tendones de rodillas vívidas, escuchando ruidos olvidados, e inevitablemente sintiendo el fierro frio de la baranda sobres sus partes; sintiendo todo calentarse, el contacto del metal. Y ahora la otra rodilla, cruje; y mientras sintiendo también otro escupitajo sobre la coronilla. Y ya sobre la cornisa, en el octavo piso, todo el vértigo expulsado, grito gastado y afónico que se apaga, que dice “hijos de puta”, con la mirada en el horizonte. Todo el vacío gris a su alcance, en su poder la muerte. Todas las abuelas espléndidas.