EN EL HUEVO KINDER
Ella mira con demasiadas ganas el pebete de salame. Después
mira las barritas de cereal y se da vuelta. En la heladera las ensaladas de
fruta parecen un poco pasadas. Las latas llaman su atención, hace mucho que no
toma coca-cola. Abre la heladera y las toca para ver si están frías. Cierra y
se queda mirando. Después de nuevo hacia los pebetes. Mientras duda recuerda el
olor a chupetín de las barritas de cereal, que se pueden doblar a tope y no se
rompen. Entonces la voz que suena dice: “las niñas como las de hoy necesitan
comer para engordar”.
Es la
sonrisa boba del kioskero que apunta hacia los pebetes. Ella piensa: Tal vez,
no sé, no debería, o si, no sé, tal vez, no debería, tal vez, si vuelvo en bici,
no sé, tal vez, no debería”
La voz
del kioskero suena como si estuviera atrás de un colchón, da vueltas sin entrar
en el pensamiento, sigue repitiendo la frase.
Entonces
ella dice: “no sé, tal vez, las chicas de hoy deberían… comer, tal vez, no sé,
las chicas, no deberían comer, las chicas de hoy, las chicas de hoy, tal vez,
no sé, no debería... no debería… no debería… no debería . El kioskero respira
hondo, hace una mueca y resopla. Se acerca a la niña y le pega un coscorrón. Las
tuercas salen volando y ruedan por el piso. Desaparecen debajo de la heladera.
El kioskero se agacha y tantea sin poder ver. Resopla y se le ve la raya del
culo. Dice balbuceando: Las chicas de hoy necesitan comer para engordar.
Y a mí
todo me resulta demasiado triste. Cuándo podremos terminar con esta locura Señor. – le grito a la cámara más cercana – Señor,
ya está bien, mire esto– señalo a la niña tildada. Me tapo las orejas. Apunto el ojo colgando –
Señor, por dios, esto es insoportable, esto no puede ser, no da para más, Señor,
mire esto – y le muestro con vehemencia la raya del culo del kioskero, que
sigue parloteando lo mismo, que agachado busca los tornillos - por favor señor, Señor, no sé, por favor,
no da para más…esto no – les suplico – miren esto, Señor, Señora, por favor
Y voy
atrás del mostrador y agarro el cigarrillo que necesitaba; y lo prendo y aspiro con placer. También agarro una Bic
negra y vuelvo a donde estaba. Desde más o menos medio metro suelto la lapicera,
cae a la perfección en la raya del kioskero. Inmediatamente suena a grieta
crujiente. Se abre el cuerpo en dos. Adentro todo es cable y pasto y musgo; en
el medio hay como una pelota de plástico amarilla que se puede abrir, y la
abro.
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